Malvinas no es una simple anécdota
histórica (Segunda Parte)
Foto: AFP – La Voz de Rusia – 18/02/2014
En mérito a la brevedad, cabe decir que
las Malvinas están en la Plataforma Continental Argentina, a menos de
trescientos cincuenta kilómetros del punto más cercano del territorio
continental argentino; mientras que se sitúan a catorce mil kilómetros de Gran
Bretaña.
Su usurpación y continuada ocupación
es otro de los tantos actos de piratería que el vetusto imperio realizó en su
existencia. Un poco más alejados pero claramente en jurisdicción del Mar
Argentino o de sus adyacencias, están los otros dos archipiélagos en disputa.
Claramente sus usurpaciones forman parte de las evidentes amenazas estratégicas
a Sudamérica, de la OTAN, del Commonwealth y de la entente explícita EEUU-Gran
Bretaña, aliados en los procesos de neocolonialismo del siglo XXI.
Quede en claro que no se trata de
ningún prejuicio ni menos aún odio, al pueblo británico, el cual merece
respeto, como cualquier otro grupo humano, en un contexto de pensamiento fuera
de toda connotación racista o discriminativa.
Resulta muy claro que pese al buen
nivel de vida medio existente en Gran Bretaña, la estructura socio política de
ese país es fuertemente clasista, estructurada en estratos diferenciados
pétreos, discriminando y excluyendo a las grandes mayorías, pues la movilidad
social tiene un techo casi infranqueable, muy característico de las sociedades
humanas que separan a la gente en nobles y plebeyos, en una estructuración
segmentada, como herencia anacrónica post medieval, dieciochesca congelada en
el tiempo.
De hecho, el sistema monárquico,
mantenido y en parte renacido en Europa, resulta en el mantenimiento de castas
ociosas, improductivas y cargadas de injustificables privilegios, que mal
pueden considerarse un ejemplo para el mundo.
Por otra parte, en Gran Bretaña el
acceso a la educación superior es restringido por la vía de elevados aranceles,
acentuando la estratificación socioeconómica.
Ese tipo de cerrada discriminación
era el que padecían los kelpers (isleños malvinenses), siendo notable que por
las cerradas pautas culturales impuestas por el anacrónico imperio, esa realidad
era mansamente tolerada y aceptada –seguramente sin margen de discrepancia- por
esos pobladores, que eran considerados “súbditos británicos de segunda
categoría”. En ese contexto semi feudal dieciochescamente monárquico, tiene
enorme importancia la valiente actitud de Alejandro Betts, quien enfrentando
presiones sociales e incluso familiares, asumió plenamente la ciudadanía
argentina, que por derecho le corresponde, pues nació en territorio argentino,
nació en Malvinas.
Con esos condicionamientos culturales,
puede entenderse el rechazo a Argentina, manifestado por la población isleña,
que es básicamente británica trasplantada a las islas. Pero pueden quedarse
tranquilos, pues Argentina es un país tolerante, sin racismos, que integró bien
a diferentes contingentes de inmigrantes de muchos orígenes. Cuando esas islas
vuelvan a la soberanía argentina –como corresponde-, serán respetados
plenamente, podrán vivir en paz, y acceder a los muchos beneficios que la
Argentina continental dispensa a todos los habitantes.
Si bien el colonialismo es de muy
vieja data, y en América comenzó desde el descubrimiento formal del continente
por parte de los europeos, en 1492; la elevación (¿¡!?) al rango de estatus
formal incluso exhibido con aires de grandeza por las potencias que lo
practicaban, puede situarse en el siglo XIX, con el punto de máxima exaltación
en la Conferencia de Berlín, realizada en 1884/5.
Básicamente en esa Conferencia, se
acordó la repartija de África –como si fuera un simple bien mostrenco, sin
importar nada sus pobladores y sus culturas-, entre las varias potencias
colonialistas europeas de fines del siglo XIX.
Ya antes habían logrado subyugar a
antiquísimos pueblos y culturas, como los casos de India y China, por citar tal
vez los más relevantes pero no los únicos.
El colonialismo se extendió también
por buena parte de Asia; mientras que en Sudamérica el colonialismo financiero
– diplomático británico había logrado el dominio pleno, solo sutilmente
reforzado por ciertas presencias militares o exhibiciones discretas pero
contundentes de su poder naval, por entonces excluyente. El colonialismo
cultural era una pieza clave de la estrategia colonial británica en América del
Sur y parte del Caribe, y la doctrina económica liberal, sin duda operó como el
duro mascarón de proa para forzar el mantenimiento de ese esquema de
subordinación real, bajo apariencias de independencias formales.
En América Central y buena parte del
Caribe, la Doctrina del Gran Garrote (Big Stick) resultó ser la
transparentación del intervencionismo militar de EEUU en su “patio trasero”
próximo; despectiva denominación que luego se amplió a toda Iberoamérica y El
Caribe, solo tolerando ciertas presencias colonialistas de Gran Bretaña,
Francia y Holanda en ese contexto geográfico.
Después de promesas de
descolonización a escala mundial, rápidamente incumplidas por las potencias
vencedoras en la Primera Guerra Mundial, al cabo de la Segunda Guerra Mundial
el proceso de descolonización adquirió por fin fuerza efectiva, con las
independencias de nuevas naciones o los resurgimientos de viejos Estados, en un
proceso históricamente muy breve, sobre todo entre 1945 y la década del
sesenta; continuando en escalas menores en las dos o tres décadas siguientes.
Pocos enclaves abiertamente
coloniales perduraron, siendo uno de ellos el de los tres archipiélagos en
disputa en el Atlántico Sur, en los cuales Gran Bretaña mantuvo el anacrónico
régimen, pese a los muy fundamentados reclamos de Argentina.
Claramente, entre 1945 y cerca de fin
de siglo, era “políticamente incorrecto” declarar abiertamente posiciones
favorables a acciones colonialistas, desarrolladas según la tónica tradicional
de las intervenciones armadas directas; pese a lo cual hubo muchas acciones de
intervenciones solapadas en otros Estados, pudiendo citarse los sucesivos
golpes de Estado en Sudamérica en los años setenta, algunos de ellos con
directas pero encubiertas participaciones de la CIA (la inteligencia
norteamericana), pero no fueron los únicos casos en el mundo, en esos
convulsionados años, los sucesivos y también los anteriores recientes.
Pero a partir de la Revolución
Neoconservadora, personificada en la dupla Reagan–Thatcher, el intervencionismo
militar directo y desembozado, amparado por nuevas doctrinas de “ataques
preventivos” y de “defensa de la libertad, la democracia, los derechos humanos”
y otros eufemismos esgrimidos como justificativos mediáticos, puede
considerarse que se dio origen a la era del Neocolonialismo del Siglo XXI.
Evidentemente el cuadro de Unipolaridad Excluyente –que algunos vaticinaron
como cuadro permanente- al emerger EEUU como la única gran potencia mundial, y
contando con la Unión Europea como socio menor casi incondicional, fue el
contexto geopolítico global que dio cabida a esa nueva etapa del colonialismo,
dentro de la cual están sucediendo muchos hechos de gran trascendencia
estratégica mundial.
Sin duda el mundo se transformó
rápidamente en Multipolar, con los roles crecientes de la Potencias Emergentes
del BRICS, de los otros Doce Emergentes (dentro de los que está Argentina),
además de los cambios en las potencias tradicionales de la troika económica de
EEUU, UE y Japón.
Es por las presiones de la nueva
realidad mundial, que Gran Bretaña pretende darle una pseudo apariencia no
colonial, intentando crear un Estado prefabricado y falso, fogoneando la
supuesta autodeterminación de su población invasora y trasplantada, en
Malvinas. Y con ello, no solo proyecta un nuevo Estado tapón, sino darle mayor
viabilidad a sus pretensiones de usurpaciones de los territorios antárticos de
Argentina y Chile.
Mientras, realiza constantes acciones
de “guerras blandas”, por medio de varias ONGs pseudo ecologistas (como
Greenpeace), de “derechos humanos” (una excusa eufemística para desarrollar
otras acciones disolventes), y ultra indigenistas (como Mapuche Nation, que se
entromete descaradamente en la Patagonia Argentina y la Patagonia Chilena,
desde su sede en Bristol, Gran Bretaña).
Sin duda los ultra indigenistas
buscan provocar conflictos y odios de tipo racial, acorde a la vieja usanza
británica de “divide y reinarás”.
El informe Shackleton y el informe
Rockefeller
Elaborado por un equipo de
especialistas, conducido por Lord Shackleton, el informe fue presentado en
1976. Recomendaba distintas líneas de acciones que juzgó factibles. Entre ellas
la pesca –con el puerto isleño como base operativa-, y otras operaciones
vinculadas al rico mar continental austral y similares, como cría de salmones y
procesamiento de algas. Consideraba una prioridad la extensión del aeropuerto,
tanto para uso civil como militar.
No obstante, no recomendaba la
actividad petrolera y gasífera, no solo por los problemas técnicos –
operativos, sino seguramente por serle muy importante contar con un respaldo en
tierra firma, el cual lógicamente Argentina no está dispuesta a dar hasta tanto
se resuelva favorablemente el conflicto por la soberanía de los archipiélagos.
Se asegura que las conclusiones de
dicho informe siguen siendo válidas para los entes británicos en la fecha.
Sin duda constituyó otro paso en las
acciones colonialistas británicas en el Atlántico Sur y la Antártida.
Por su parte, el Informe Rockefeller,
finalizado en 1969, fue realizado por Nelson Rockefeller, en la presidencia de
Nixon. Analizó los factores que forjan la notable unidad que es Íbero América
(también llamada Latinoamérica). Los factores de unidad de nuestros pueblos son
tres. Idioma en común (incluyendo al muy similar portugués); historia en común
(la cual cuenta con numerosos antecedentes de intentos de unificación);
religión en común, siendo el catolicismo la religión mayoritaria, y con fuerte
inserción histórica en esta gran región.
Los ataques en muchos casos sutiles,
se dieron en todos los campos, siendo notable la mayor penetración de pautas
culturales de violencia y de bajo nivel, por medio de la difusión masiva de
series de TV, de películas, así como las distorsiones conceptuales difundidas
por distintos medios que operan bajo la batuta de la SIP (Sociedad
Interamericana de Prensa).
La historia en común es omitida por
los falsificadores de la historia, al estilo del academicismo histórico basado
en omisiones y tergiversaciones, que tuvo en Argentina a Bartolomé Mitre como
su fundador y principal instigador. Incluso tratan las historias de nuestras
fragmentadas naciones como hechos aislados, no como un todo de origen, y
acentúan factores de desunión, como guerras y otros hechos conflictivos,
incluyendo ciertos prejuicios racistas inculcados con mucha sutileza, y con
violencia conceptual y de hecho en los últimos años, en el movimiento
ultraindigenista, financiado desde los centros de poder de las potencias
anglosajonas, con el entusiasta apoyo de sectores de “izquierdas” pseudo
progresistas, divorciados de todo lo vinculado al Pensamiento Nacional.
La religión en común es un factor no
solo espiritual, sino cultural de importancia formidable. Ya en 1912, Theodore
Roosevelt (el presidente de la doctrina del Gran Garrote), había manifestado su
contrariedad por el accionar de la Iglesia Católica, por hacer pensar a los
fieles e inculcarles pautas de compromiso, honestidad y de dignidad personal,
entre otros valores morales esenciales. Rockefeller fue mucho más allá, pues
aconsejó apoyar a las variopintas iglesias y sectas llamadas genéricamente
pentecostales, con interpretaciones muy curiosas de La Biblia, con énfasis
acentuado en el Antiguo Testamento, con técnicas de captación y de asimilación
férreamente consolidada de los fieles, y dentro de la notable variedad, unidas
todas por el constante ataque a la Iglesia Católica, dedicándose claramente más
a cooptar sus fieles entre católicos que entre los agnósticos o los fieles de
otras religiones. Las financiaciones provenientes de EEUU a esa expansión
pentecostal, según lo indican diversas fuentes extraoficiales, parecen ser muy
importantes y constantes.
Queda en claro que los notables
esfuerzos de unidad continental, de entes regionales como el Mercosur, la
Unasur y la Celac, están a contramano de las líneas de acciones marcadas desde
los centros de poder de América del Norte.
Por algo esos entes regionales
hicieron suya la causa de Malvinas, mientras desde los organismos panamericanos
(en los que influyen mucho EEUU y Canadá), el tema es tratado con parsimonia y
evidente postura anglófila.
CARLOS ANDRÉS ORTIZ
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