DESTROZAR LA INDUSTRIA Y LA TECNOLOGIA NACIONAL ES MATAR NUESTRO FUTURO
En clara continuación del desguace industrial y de los ahogos financieros a los Entes Tecnológicos, que impiadosamente perpetró la siniestra dupla Videla – Martínez De Hoz con los “proceseros” (profundizando viles tareas de los fusiladores de 1955 y los golpistas de 1962), siguiendo las políticas destructivas y apátridas de los neoliberales noventistas, en la actualidad el poder en las sombras representado por el macrismo (como mero mascarón de proa –utilizado y descartable- del “Círculo Rojo” {*} y de los poderes financieros transnacionales), claramente busca arrasar con toda la Industria Argentina, y tirar despectivamente por la borda (como si fueran desechos despreciables), todos los destacados e importantes logros que consiguió el desarrollo tecnológico argentino.
Como varios analistas geopolíticos coincidimos en fundamentar, el objetivo de máxima del gobierno CEOcrático actual, es lisa y llanamente la disolución nacional; siendo también evidente que de mínima buscan llevarnos a los empujones y presiones de todo tipo, a aquella Argentina del feudalismo campero oligárquico, instaurado por el operador al servicio británico Bartolomé Mitre.
“Don Bartolo” fue el degollador de federales y genocida del Paraguay, montando un poder oligárquico concentrado y excluyente, de economía primaria, que con matices se mantuvo incólume hasta que trabajosamente, y luego de varias revoluciones previas, surgió con fuerza el yrigoyenismo, movimiento político que en el tamiz de la historia, resultó el prolegómeno del peronismo.
Los iniciadores de la clase oligárquica mega terrateniente de la Pampa Húmeda, se subordinaron gustosamente a operar como vasallos del Imperio Británico, y adoptando sin cortapisas el liberalismo económico y sus falsas “leyes” económicas, tomaron a rajatabla el principio de la división internacional del trabajo, centrado en la “nación – taller del mundo” (Gran Bretaña) y los restantes países y colonias, dedicados exclusivamente a aquellas producciones de materias primas, para las que –supuestamente- estaban predispuestos por “mejores condiciones naturales”.
Esa falsedad ideológica que sustentó el excluyente poderío británico, funcionó a escala planetaria durante aproximadamente un siglo, desde la eclosión de la Revolución Industrial (alrededor de 1770), hasta que se produjo la Segunda Revolución Industrial, protagonizada por los Estados “indóciles” a las doctrinas liberales, resultando ello en las primeras experiencias exitosas de un proceso que nuestro compatriota y experto en Geopolítica Gullo Amodeo definió como
“Insubordinación Fundante”; principio desarrollado desde la Economía por Aldo Ferrer. Proteccionismo a las industrias y al mercado interno, desarrollo de la marina mercante, activa participación estatal para promover el desarrollo
industrial y tecnológico, defensa activa de los sectores estratégicos de la economía nacional, y protección social a la propia población, fueron los ejes comunes de las nuevas potencias industriales – tecnológicas (EEUU, Alemania, Bélgica, Francia y
Japón), que aproximadamente desde 1870 rompieron el monopolio británico en esos tan importantes sectores de la economía; y ya a comienzos del siglo XX disputaban exitosamente a los británicos el mercado mundial de bienes industriales, siendo entonces ya nuevas potencias de relevancia geopolítica regional o mundial.
Encerrada en su anglofilia recalcitrante y su soberbia con muchos componentes clasistas y racistas, la oligarquía bonaerense -con sus prolongaciones en las provincias-; no se percató que la realidad mundial cambiaba rápidamente, y que el modelo agroexportador, inicialmente con condiciones mundiales muy favorables, iba siendo acotado por las transformaciones geopolíticas y las modificaciones en los términos del intercambio. Tampoco la oligarquía vacuna entendió nunca (o no le importó nada) la tremenda importancia estratégica que significa contar con industrias y desarrollos tecnológicos propios.
Traducido al castizo simple, el deterioro de los términos del intercambio (estudiado después por el argentino Raúl Prebisch) significaba que desde comienzos del siglo XX la bonanza en los precios de los productos primarios llegaba a su fin, y que cada vez debíamos entregar más volúmenes de materias primas por igual cantidad de bienes industriales y tecnológicos.
Aceptada a regañadientes la elemental industrialización que fue consecuencia de la primera guerra mundial, entonces los sectores oligárquicos y ultra conservadores crearon la artificiosa diferenciación entre “industrias naturales” (las que procesan materias primas comestibles y textiles), a las que toleraron; y las ”industrias artificiales”, de mayores complejidades tecnológicas y
de mayores valores agregados, como las metalúrgicas, metalmecánicas, eléctricas y químicas. Estas últimas fueron denostadas y combatidas por los ideólogos del liberalismo recalcitrante, pues aunque sea intuitivamente sabían que eran la base de un gran desarrollo industrial, que cambiaría profundamente para bien la realidad social y económica argentina, poniendo en jaque a sus privilegios de clase.
Tan cerrados y carentes de toda proyección de soberanía y grandeza
nacional, eran los criterios de los personeros del ultra conservadurismo, que entre otras frases aberrantes, Federico Pinedo llegó a afirmar muy orondo que la población argentina no debía pasar los 10 millones, para mantener la relación de 4 vacas por habitante. ¡Importaban más los vacunos que los compatriotas! Y ni pensar en producir más, diversificando. Todo se centraba en mantener cristalizado el statu quo, con el predominio de la “oligarquía de la bosta” (genial definición de Jauretche), y la subordinación en la miseria de la mayoría de los argentinos, incluso sin atender a la debida ocupación territorial, que debió ser prioridad geopolítica.
¡Claro que la soberanía no es virtud valorada por los oligarcas, que son apátridas por definición, al menos en Argentina!
Pero hubo cambios forzados por las modificaciones geopolíticas mundiales, como la provocada por la crisis económica mundial de 1929, y las dos guerras mundiales.
A regañadientes, el gobierno fraudulento y oligárquico de la década infame (1930-1943), tuvo que aceptar el crecimiento industrial, que incluso fue impulsado por inversiones de empresas de EEUU, Alemania y otros, que no pudieron ser contrarrestadas por el ya decadente poder del Imperio Británico y sus marionetas locales.
La oligarquía siguió odiando a la industria argentina, lo cual sociológicamente puede explicarse por ser un “mal ejemplo” para los trabajadores rurales, antes cosificados y carentes de todo derecho frente al poder feudal del “patrón de estancia”, definición que precisa la mentalidad de esa clase social, supuestamente casta superior.
Y el “mal ejemplo” estaba dado por los mucho mejores salarios y condiciones laborales de los obreros industriales, los beneficios sociales alcanzados desde la irrupción del peronismo (otro de los odios profundos de los oligarcas), y por la agremiación, que echó por tierra la totalmente inequitativa relación patrón – obrero individual.
Por esos egoístas y apátridas motivos, los golpes de Estado de 1955, 1962 y 1976, tuvieron perfiles claramente anti industriales (no se incluye al golpe de Estado de 1966, pues tuvo perfiles mezclados entre ultra liberales y sectores del Pensamiento Nacional).
Poco antes del golpe que derrocó a Frondizi, en una nada inocente visita “casual”, el príncipe Felipe de Edimburgo “recomendó” a Argentina “dedicarnos a lo que somos más eficientes” (o sea el modelo agropastoril primario y dependiente), “no gastando esfuerzos en otras actividades” (atacando el autoabastecimiento petrolero del desarrollismo, y la fuerte industrialización lograda por el peronismo, y acentuada –con otros enfoques- por Frondizi.
Después vendría la imposición a fuerza de bayonetas, del neoliberalismo, en el siniestro “proceso”, con las FFAA actuando de tropas de ocupación para que los operadores apátridas se dedicaran a endeudarnos irracionalmente, mientras a la vez destrozaban a la industria y frenaban casi todos los proyectos tecnológicos.
Excepto el breve interregno de Grinspun, en el alfonsinismo, siguieron manejando y destrozando el país, como continuación del “proceso”, durante la partidocracia cleptocrática en el período definido luego como el “noventismo”, exacerbado en el menemato y el delarruato, terminando esos desatinos culposamente premeditados, en la gigantesca crisis terminal de 2001-2002, de la cual casi de milagro emergimos, pese a que los personeros del establisment apostaban a un desastre generalizado (incluso una guerra civil o similar conflicto interno), para luego poder desguazarnos en varios paisitos irrelevantes y fácilmente manejables desde afuera (algo similar al “modelo yugoeslavo”).
Después de los doce años de economía keynesiana, con activo rol estatal, y una orientación fuertemente industrialista y de promoción del desarrollo tecnológico, en los cuales los indicadores macro económicos y macro sociales fueron ampliamente positivos (duplicación del PBI, entre otros logros, no exentos de errores por supuesto), y bajo un fortísimo operativo de guerra mediática (periodismo de guerra, dijo uno de los personeros de un medio concentrado), contando además con fuertes apoyos financieros del establishment (que según trascendió, incluyó dineros de los fondos buitres), el neoliberalismo en su versión más descarnada llegó al poder, dedicándose afanosamente a buscar la suma del poder público (interviniendo descaradamente en el Poder Judicial, presionando al Poder Legislativo y a las provincias, y al sector gremial, con el viejo método de látigo y chequera); y dedicándose con perversa intencionalidad, a endeudarnos desaforadamente, a destrozar la industria, denostar y asfixiar los entes tecnológicos, y a destrozar el empleo y el nivel real de los salarios; todo eso además de alinearnos de rodillas ante los mandatos de las potencias anglosajonas y sus socios atlantistas.
Además de atarnos a las cadenas de una deuda externa claramente
impagable, destrozando a la vez el empleo y el nivel real de salarios y jubilaciones, el hoy decadente neoliberalismo gobernante, se dedica con notable saña enmarcada en sonriente hipocresía, a destrozar sistemáticamente lo que aun queda de la antes poderosa industria, y a pulverizar todos los notables logros tecnológicos que habíamos logrado. Todo eso en un marco de pisoteo alevoso de las más elementales bases de soberanía, perpetrado con soberbia, premeditación y alevosía.
Todo eso equivale a matar nuestro futuro.
(*) Círculo Rojo es llamado el núcleo de poder económico – financiero y sus ramificaciones en la política, el Poder Judicial, el periodismo, economistas del establishment, militares y otros grupos de influencia, que desde la penumbra es el mentor y apoyo del poder oligárquico ultra conservador y neoliberal de Argentina.
MGTR. CARLOS ANDRÉS ORTIZ
Analista de Temas Económicos y Geopolíticos
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