jueves, 6 de marzo de 2014

G 7 ¿PODER EXCLUYENTE O ANACRONISMO GEOPOLÍTICO?
Países de la Sociedad Post Industrial, o grupo de naciones que superaron el estadio industrial, para ubicarse en el contexto tecnológico post industrial, fueron conceptos que intentaron definir o caracterizar a EEUU, Canadá, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia, cuya asociación especial pasó a constituir el G 7, o Grupo de los Siete, desde la década del ‘70.
Es un núcleo de poder geopolítico que opera a escala global, y que en sus orígenes aglutinaba a las siete economías más poderosas del mundo. No por casualidad, sus integrantes coinciden con otras estructuras formales o informales que operan en función de consolidar su hegemonía mundial excluyente, en sintonía con el FMI, el Banco Mundial, la Comisión Trilateral y otros.
A la vez, el poderío militar de sus integrantes, bajo la égida de EEUU, la OTAN y el Commonwealth, aglutina a buena parte de la capacidad operativa bélica a escala mundial. Puede afirmarse que en el siglo XX, la capacidad disuasoria y de realización de operativos punitivos o de invasiones directas, era proporcionalmente mayor que la que el G 7 detenta hoy en el tablero geopolítico mundial; y no por haber disminuido sus cuantiosas inversiones en sus estructuras militares, sino porque surgieron y/o resurgieron otros centros de poder que poseen independencia de criterios y objetivos distintos e incluso opuestos a los del neocolonialismo del siglo XXI, que caracteriza al G 7.
En síntesis, el G 7 es una formidable estructura geopolítica, cuya importancia fue casi excluyente en sus orígenes, siendo la máxima expresión del Poder Real en el mundo no comunista de esos años.
Al disolverse la URSS en 1990/91, y al entrar Rusia en una peligrosa senda de declive acelerado, producto de la aplicación de medidas político – económicas neoliberales y del accionar disolvente de “fundaciones” y ONGs manejadas desde los centros de poder anglosajón, terminó la Era Bipolar; en el contexto de esa década, cuando aún China no había sido considerada en su formidable realidad que se hizo inocultable al aflorar el siglo XXI, y cuando otras Potencias Emergentes aún no habían alcanzado los grados de desarrollo e influencia que pocos años después irían consolidando, la importancia del G 7 pasó a ser un factor decisivo casi excluyente; sobre todo cuando el muy estratégico sector hidrocarburífero ruso estuvo a punto de ser apropiado y manejado por las poderosas petroleras anglosajonas, lo cual si se concretaba, hubiese cercenado buena parte de la capacidad operativa estratégica de Rusia, y comprometido seriamente su economía.
Claramente el G 7 se perfilaba como el árbitro excluyente de la geopolítica mundial, en la era del Mundo Unipolar, concebida según los voceros del establishment como pretendidamente eterna, pero que curiosamente duró solo una década, o poco más.
Actualmente estamos en la era multipolar, con el tándem EEUU, UE, Commonwealth (no necesariamente monolítico, pero si fuertemente funcional en sus intereses coincidentes o compartidos), como principal bloque de Poder Mundial. El G 7 se solapa y casi se mimetiza con ese tándem, con los casos particulares del bloque heterogéneo de la comunidad británica (con actores con intereses propios y capacidades suficientes para no ser aliados dóciles e incondicionales); y Japón, con otros intereses, asociaciones y prioridades no necesariamente coincidentes, en el poderoso contexto del Este y Sureste de Asia.
Claro está que varios de los componentes del G 7 “probaron su propia medicina” amarga, del neoliberalismo salvaje, de las finanzas especulativas, que con tanta insistencia nos “recetaban” a los íberoamericanos y otras naciones del mundo. Y están pagando las consecuencias.
En síntesis, el G 7, hoy no es el poder casi excluyente que era en las tres últimas décadas del siglo XX, pero tampoco pasó a ser un anacronismo geopolítico. Sigue siendo un poderoso factor de poder, letalmente peligroso para atacar naciones o regiones con escaso poder de disuasión bélica (por medio de su brazo armado, la OTAN, o separadamente por parte de sus miembros más belicosos, como EEUU, Francia y Gran Bretaña); un factor de desestabilización temible, con sus refinadas técnicas de guerras blandas, un grupo de presión para imponer políticas neoliberales, sobre todo a países o regiones débiles o con dirigencias confusas o faltas de patriotismo; pero con evidentes limitaciones para consumar agresiones bélicas o imponer políticas económicas recesivas, si confronta con bloques emergentes –nuevas potencias regionales-, y sobre todo si sus acciones enfrentan las firmes oposiciones de los otros dos grandes jugadores actuales de la Geopolítica Mundial; Rusia y China.
La incorporación de Rusia al G 7 –transformado en G 8-, fue la transparentación de los cambios en las ecuaciones de poder; y la mayor preeminencia del G 20 constituye otro elemento probatorio de lo fáctico y real de la Era Multipolar.
En ese cuadro de situación, extremadamente complejo además, por estar vigente el nuevo escenario de guerra fría, ahora por cuestiones básicamente geopolíticas; cabe al menos dudar bastante acerca de la capacidad real de presión del G 7, en el marco de severísima crisis que hoy constituye Ucrania.
En la guerra de comunicados, algunos llegan al absurdo, como la “amenaza” de Obama de excluir a Rusia del G 8…¡Si cualquiera de los 8 miembros se retira o es excluido, por lógica no seguirá siendo el G 8!
Por otra parte, es muy dudoso cuales de sus miembros ganarán o perderán más, de concretarse alguna expulsión o suspensión.
La amenaza de condenas económicas, es otro tema de vidriosa resolución como factor de coerción, dados los entramados de intereses cruzados y de dependencias mutuas, entre la UE y Rusia. Ante un corte en el suministro de gas natural, posiblemente el peor daño lo reciba la UE.
Los “motivos éticos” que proclamó EEUU, y a coro la UE, respecto a las negatividades y cuestionamientos morales a la intervención armada rusa (que de hecho ya se materializó en Crimea)…sonarían a risa, de no ser por el tono ceremonioso de los dirigentes “occidentales”, que implican amenazas ciertas a la paz mundial, tantas veces violada por todo tipo de agresiones armadas directas, indirectas, guerras blandas, agresiones económicas, presiones económicas y políticas, y feroces campañas mediáticas, que son ya metodologías corrientes de las potencias neocoloniales del siglo XXI, precisamente EEUU, la UE y la OTAN como brazo armado.
La nueva Guerra Fría, en su formato de guerra blanda, está planteada. El cerco casi total de misiles balísticos que encierra a Rusia y China, y los movimientos consecuentes de los dos gigantes, euro asiático y asiático, lo demuestran.
El peligro que algún “halcón” o algún líder neocolonial decida tensar la cuerda más allá de los límites que puedan ser tolerados por la contraparte respectiva, nos pone ante la ominosa perspectiva de una conflagración mayúscula. Y aumenta los riesgos de nuevas aventuras neocoloniales en cualquier lugar del mundo. De ese riesgo no estamos exentos en nuestras pacíficas naciones de la UNASUR y de la CELAC.

C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ

Analista de Temas Económicos y Geopolíticos

No hay comentarios:

Publicar un comentario