viernes, 26 de diciembre de 2014

DISGREGACIONES NACIONALES EN LA ERA NEOCOLONIALISTA La política de fomentar o incluso forzar disgregaciones de Estados para debilitarlos o para impedir que alcancen posibles estadios de desarrollo que puedan poner en riesgo la supremacía de las potencias de turno, por cierto es seguramente tan vieja como la formación de las primeras congregaciones humanas socialmente organizadas. No obstante, y a riesgo de ser reiterativo, es importante señalar que resulta muy evidente que a partir de la breve vigencia –aproximadamente una o dos décadas, según como se analice- del Mundo Unipolar, nació la era neocolonialista, cuyo comienzo puede considerarse un adelantamiento del siglo XXI, que en lo geopolítico comenzó en los años ’80 del siglo XX. El Mundo Unipolar caducó, aparentemente de modo irreversible, pero la era neocolonialista está en pleno apogeo y expansión, tal como lo prueban, con su irrefutable contundencia, los hechos comprobables (pero tratados con sordina por la “gran prensa”), en el marco de una tendencia que más que morigerarse parece estar en plena expansión; esto último configurando una situación geopolítica mundial que varios analistas ya hemos catalogado como “la nueva guerra fría”, la cual a diferencia de la anterior no pivotea en lo ideológico ni filosófico, sino en torno al Poder Mundial a secas, o si se quiere, el poder de las grandes corporaciones transnacionales –particularmente las financieras-, y el poder de grandes Estados y bloques de Estados. En ese contexto, el poder nuclear está mucho más extendido (al menos nueve Estados poseen esos armamentos), y poderosas capacidades disuasivas defensivas convencionales están aún más ampliadas y en claros procesos de expansión, si bien aún pocas potencias cuentan con operatividad para influir militarmente –así sea en forma limitada-, en todo el globo. Complicando el panorama, y ampliando las peligrosas cuotas de irracionalidad, parecería vigente el peligro que pueda existir cierta riesgosa tendencia a la belicosidad constante y extrema, por parte al menos de un puñado de potencias con capacidades nucleares y factibilidades de logística operacional extendida geográficamente, a lo que se le agrega la espeluznante posibilidad que alguna dirigencia pretenda reeditar para la actual decadencia económica del núcleo del G 7, la solución de la crisis económica de los pasados años ’30, de la cual EEUU recién pudo salir a partir de la reactivación productiva que fue consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. La actual crisis económica –que por cierto parece insondable e irrecuperable en sus catastróficos efectos para las potencias económicas tradicionales (el G 7, o parte de él)-, parecería inducir irracionalmente a una “salida” por medio de conflictos bélicos permanentes, aún a costa de provocar eventuales reacciones en otras potencias dotadas de suficientes capacidades de reacción como para causar una devastación a escalas potencialmente dantescas, groseramente destructivas. En ese complejísimo marco de situación, es evidente que una metodología repetidamente usada es promover la fragmentación de los Estados Nacionales (excepto los del núcleo duro del Poder Neocolonial y sus aliados/satélites directos o afines). En algunos pocos casos, esas subdivisiones políticas se lograron imponer en forma incruenta, simplemente reviviendo o ahondando anteriores divisiones, como en el caso de Checoslovaquia, particionada en Chequia (República Checa) y Eslovaquia, que de un país geográficamente chico pasaron a ser dos Estados minúsculos y debilitados en su potencialidad unitaria. En otros se promovieron sutiles (o no tanto) procesos de subversiones internas, azuzadas por medio de las redes sociales (Internet) y otros medios de agitaciones; siempre agravando viejas situaciones preexistentes, de viejos odios o rencores, sean por cuestiones religiosas, culturales, étnicas, tribales, o de divisiones de viejas raíces históricas, así hayan sido de muy larga data. Sin pretender realizar una mención totalmente completa de las disgregaciones consumadas y de los procesos instrumentados aún no finiquitados, y otros larvados, se realiza una sintética reseña de los mismos, mostrándose en algunos casos el doble rasero de mantenimiento “forzoso” de la unidad, en las potencias neocolonialistas y sus afines, mientras se instiga el separatismo –casi siempre por métodos violentos- en los restantes países. Por ejemplo, contrastan la mucha publicidad y la visión “simpática” del periodismo masivo, con llamativa recurrencia en el tiempo, respecto a los operativos secesionistas de catalanes y vascos en España, mientras que las repercusiones de las elecciones (sin observadores externos, como “esas” potencias imponen al resto del mundo) en Escocia, fueron tratadas con aséptica frialdad, sacadas rápidamente de los noticiosos, y son poco o nada mencionados los sentimientos similares existentes en las anexionadas por la fuerza Gales e Irlanda del Norte (Ulster), por parte del Imperio Británico. Y “casualmente”, la bandera vasca, de relativamente reciente creación, tiene el mismo diseño que la británica, con otros colores. ¿Casualidad o causalidad? En EEUU las profundas fracturas sociales entre el núcleo dominante (WASP) blanco calvinista, y las crecientes minorías afroamericanas y “latinas” (de la población mestiza íbero americana), se agregan al avance del castellano y la segura supremacía de origen mexicano/centroamericano, en los Estados sureños arrebatados por la fuerza a México; pero esto tampoco es mencionado más que tangencialmente en los medios comunicacionales predominantes. En el África Subsahariana, si bien el detalle de cada caso es de una complejidad notable, pues juegan numerosos factores, queda en claro que las muchas guerras civiles, alzamientos armados, procesos de disgregaciones, e intervenciones militares “humanitarias” por parte de las viejas potencias coloniales, han provocado un debilitamiento considerable de esos ya muy vulnerables Estados, la mayoría de ellos con espantosos niveles de pobreza y casi todos considerados naciones inviables, debilitando las capacidades de negociación, al vender los valiosos minerales, hidrocarburos y otras materias primas, que varios de ellos poseen. Amenazas a las integridades nacionales y movimientos separatistas acaecieron en varios Estados, en realidades muy complejas en las que se entremezclan influencias externas, odios tribales y/o culturales, profundas diferencias religiosas, malas distribuciones de la riqueza, y otros factores. Eritrea se separó de Etiopía, dejando a ese viejo país, sin salida al mar. Recientemente, Sudán del sur declaró su independencia de Sudán, y el tema no se agota en estas menciones. En el amplio arco del África Arábiga, de los Estados que asoman al Mediterráneo, en años muy recientes (desde 2010) estallaron las revoluciones de la “primavera árabe”, con una notable coincidencia, que delata las fuertes influencias de campañas en las redes sociales, sin ser ese el único factor, pues los problemas sociales, económicos y políticos serios, son comunes en diversos grados y características, a todos esos países. Además de provocar abruptos cambios de gobiernos en esos países, claramente Libia quedó debilitada y de hecho balcanizada en pequeños Estados tribales, y su petróleo lo manejan otros; mientras Egipto se conmocionó profundamente y aún no habría superado esa situación, lo que por su enorme masa poblacional y su potencia militar, pasa a ser un factor posible de desestabilización regional; y por su parte, Siria soporta varios años de agresiones por parte de mercenarios y otras fuerzas de dudosa legitimidad, que claramente promueven divisionismos y un debilitamiento insalvable. Si Siria cayera en el caos, Irán sería el siguiente objetivo. En Libia, ante una situación de estancamiento en la ofensiva de los mercenarios y otros “luchadores de la libertad”, la balanza de las acciones bélicas fue decidida por los bombardeos de las fuerzas aéreas de Francia y Gran Bretaña, con soporte logístico de EEUU y la OTAN. Los mismos actores más Israel y Arabia Saudita, amenazan intervenir directamente en Siria, lo cual posiblemente fue frenado por la fuerte postura rusa y el más sutil pero directo accionar de China, apoyando el gobierno legítimo sirio. Algunos años antes, dos veces fue atacada Iraq, la segunda de ellas invadida, por la coalición encabezada por EEUU. Su vigencia como Estado independiente parece hoy una utopía inalcanzable. Además, los apoyos propagandísticos y logísticos a los kurdos, están creando las condiciones para forzar particiones territoriales quitando territorios a Iraq, Siria, Irán y Turquía. Afganistán, después de la costosa y fallida invasión de la URSS, es un país de hecho ocupado por EEUU y sus aliados, siendo técnicamente un Estado tribal y fallido, con lo cual la disgregación es más que una amenaza potencial. La propia Rusia, luego del colapso de la URSS, y bajo las acciones conjuntas de destructivas políticas neoliberales, y de las presiones disolventes de miríadas de ONGs “ecologistas”, “derecho humanistas” y otras similares, con sus enormes riquezas hidrocarburíferas privatizadas y a punto de ser dominadas por petroleras anglosajonas, con la miseria, la inacción y la desesperanza llegando a grados superlativos (que incluyeron la paralización casi total de su aparato militar, y las ventas sin controles de equipamiento belico –según consignaron oficiosamente comunicadores “occidentales-), y bajo ataques terroristas de minorías islámicas, daba toda la imagen de un gigante en caída libre a su disolución en múltiples pequeños Estados. El firme golpe de timón instrumentado en la era Putin, prácticamente coincidente con el cambio de milenio, hizo revertir esa situación. Curiosamente, al mismo tiempo se suscitaron cuestiones conflictivas, en regiones fronterizas del gigante bicontinental, como Georgia y la problemática situación en Osetia del Sur y Abjasia, la cual parecería derivar de facto en la creación de dos nuevos Estados. Hoy las presiones anti rusas tienen la forma de sanciones económicas, y de la acentuada baja del precio del petróleo –que complica la balanza de pagos-, pero el escenario sigue siendo abierto y volátil. Años antes, a fines de siglo, Yugoeslavia estalló en pedazos, formándose siete pequeñas naciones. Viejos odios y diferencias “raciales”, culturales, religiosas, y problemas históricos no subsanados, fueron el caldo de cultivo para provocar un caótico contexto de guerras, con aberrantes “limpiezas étnicas” y otras atrocidades, que seguramente sobre la frágil paz lograda, dejaron profundas heridas abiertas, separando aún más la orgullosa nación que logró forjar Tito. Con claras injerencias de la OTAN, semi encubiertas en los primeros años de esa locura generalizada, al final las potencias “occidentales” se dedicaron a “sembrar la paz” con las bombas de sus fuerzas aéreas. ¡Yugoeslavia pagó el “delito” de haber mantenido una postura autónoma, en épocas de la Guerra Fría! En esos años, aún sumida en el caos neoliberal, Rusia no pudo ayudarla en ese conflicto. Bajo formatos calcados a los utilizados en la “primavera árabe”, con “concentraciones espontáneas” fogoneadas hábilmente desde las redes sociales, y otras maniobras de perfeccionada sutileza psicológica y sociológica, estallaron los alzamientos pseudo populares destituyentes, en Ucrania, Venezuela y Hong Kong. En Ucrania lograron destituir al gobierno constitucional, tomando el poder el sector pro occidental “europeísta” neoliberal; en un escenario de notable complejidad, aún irresuelto, que provocó una profunda fractura en el país eslavo, que parece de muy difícil solución, además de la decisión de la población ampliamente mayoritaria rusófona de Crimea, de volver a ese territorio a la égida de Moscú. En Venezuela, las violentas acciones de insurrección destituyente, de sectores afines al poder hegemónico de EEUU y otros disconformes, fueron sofocadas, pero persisten larvadas, y se intensificaron las presiones financieras, ahora mediante la forzada abrupta baja del precio del crudo. En Hong Kong, los alzamientos semi populares, tuvieron poca duración y se diluyeron. En Íbero América, las continuas presiones sobre los gobiernos no alineados con EEUU y el G 7, lograron la destitución de los presidentes de Honduras (golpe parlamentario - militar), y de Paraguay (hechos de violencia social y golpe parlamentario), además de las continuas operaciones mediáticas en todos los países “díscolos”, y del abortado intento de magnicidio en Bolivia, con mercenarios extranjeros, y algo similar en Ecuador. Son de recordar los operativos secesionistas en Brasil y Bolivia, y la fogoneada guerra entre Colombia y Venezuela, detenida antes de estallar merced a las gestiones de la Celac. Perniciosamente persistentes, son los operativos de instigación de odios irreconciliables, con tintes racistas y anti hispanos, que llevan a cabo “intelectuales” odiadores seriales y pléyades de “progresistas” fuera de foco, que apoyan las prédicas separatistas y violentas de diversas ONGs indigenistas, que claramente son financiadas y promovidas por Gran Bretaña y otras potencias del G 7. Las campañas más perversamente activas, se realizan en torno a la supuesta “nación mapuche”, que pretende apoderarse de la Patagonia Argentina y Chilena, campañas en las que claramente se puede advertir a agitadores europeos, absurdamente apoyados por sociólogos, comunicadores sociales y otros “izquierdistas” del tipo definido por Jauretche como mitro-marxistas. Completando las acciones desestabilizadoras, además de las prédicas corrosivas de los medios afines al neoliberalismo extranjerizante, están los operativos de corridas cambiarias y otros golpes de mercado, a los que se agregan acciones de agitaciones prearmadas, que incluyen saqueos a negocios, cortes de calles y rutas, y operativos de huelgas potencialmente cargadas de violencia. Los neoliberales promovieron la balcanización de Argentina, previa violencia generalizada, que por muy poco evitamos en la crisis terminal de 2001/2002; todo ello acorde a los dictados de los poderes plutocráticos transnacionales. Muy importante es terminar de consolidar al Mercosur, la Unasur y la Celac, con instrumentos ejecutivos en áreas sociales, económicas, de defensa, etc. Significativamente positivos son los acuerdos estratégicos alcanzados con Rusia y China, los que implican avanzar en el camino multipolar de grandes bloques, que demuestra ser la realidad mundial actual y previsible en las próximas décadas. Tendrá importancia crucial no ceder a los cantos de sirena de los acuerdos de “libre comercio”, que de aceptarse significarán nuevas versiones de la muy nefasta división internacional del trabajo, que nos impusieron coercitivamente en el siglo XIX, y que continuó en casi todo el siglo XX. El tema no se agota en esta breve síntesis. C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ Analista de Temas Económicos y Geopolíticos

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