miércoles, 9 de abril de 2014

ARGENTINA Y LA SINIESTRA REEDICIÓN DEL PLAN MORGENTHAU
         Algunos hechos históricos relevantes, son muy poco conocidos, y no por casualidad, suelen ser tapados por otros hechos “políticamente correctos”.
Por caso, son muy conocidos el Plan Marshall, de ayuda financiera de EEUU a la Europa Occidental de posguerra, y luego un plan similar aplicado en Japón; así como es muy promocionado el milagro alemán, para referirse al rápido resurgimiento de la economía germana; y también el milagro económico japonés. Pero es muy poco conocido el siniestro Plan Morgenthau, que debe su nombre al Secretario de Hacienda de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial.
Tanto el Plan Marshall, como el consecuente rápido repunte económico posterior de Alemania (y de Europa Occidental), recién se implementaron a partir de la declaración no formal, de la Guerra Fría, la cual comenzó claramente a partir de ciertas hostilidades entre ambas superpotencias, de la posesión de armamentos nucleares por la Unión Soviética, y del bloqueo de Berlín. Cronológicamente esos hechos se sitúan entre 1947 y 1949.
El Plan Marshall, aplicado en Europa Occidental, y similares medidas tomadas en el ocupado Japón de la posguerra, fueron ejecutados a partir de 1947, a consecuencia de los serios temores que suscitaba en EEUU la expansión del comunismo, las inflexibles posturas de la URSS del período de Stalin, y el contexto geopolítico mundial que claramente se vislumbraba como realidad excluyente para las siguientes décadas.
Bajo ese contexto, Alemania (en ese momento Alemania Occidental), y Japón, pasaron a ser dos piezas claves, para contener la expansión comunista en Europa y el Este y Sudeste Asiático, respectivamente.
EEUU necesitaba impulsar fuertemente las reconstrucciones civiles, la rápida mejoría de las condiciones sociales y el fuerte resurgimiento económico, de Alemania Occidental y de Japón; para operar como barreras o líneas de contención del comunismo, y para que sirvieran confiablemente como plataformas de los despliegues de tropas y materiales estratégicos, en el contexto del conflicto ya existente y no declarado formalmente, que se conoció como La Guerra Fría.
La aplicación del Plan Marshall, implicó automáticamente la caducidad total del Plan Morgenthau, vigente en Alemania; y su similar en suelo japonés.
El Plan Morgenthau formó parte de la batería de medidas y de instituciones a ser creadas por los aliados, a partir de 1944 (o tal vez ya en 1943), cuando la marea de la guerra se posicionaba en contra del Eje (Alemania, Japón, Italia y sus aliados); pensadas todas esas ideas para dar el contexto al mundo de posguerra, acorde ello a las prioridades de las potencias que a la postre resultarían vencedoras.
Demostrando un claro afán vengativo, sin importar las tremendas consecuencias sociales que serían directa consecuencia de su implementación, el Plan Morgenthau buscó mantener a Alemania sumida en el atraso permanente, imposibilitándole realizar ninguna acción concreta tendiente a reencauzarse en la senda del desarrollo. Para eso, los encargados de aplicar a rajatabla las feroces pautas del Plan, debían impedir mediante todo tipo de trabas, cualquier acción tendiente a mantener derruida y sin funcionalidad a su infraestructura, y a impedir recomponer la formidable estructura industrial y tecnológica que había caracterizado a este país desde fines del siglo XIX; además de evitar el progreso cultural de su población, incluso manteniéndola en niveles de pobreza económica y con carencias alimenticias, de sanidad y de instrucción. Con todo ello pretendía el Plan Morgenthau, mantener a Alemania sumida en una economía primaria, subdesarrollada y desarticulada. Algo similar se pensó aplicar en Japón.
Siniestramente vengativos y desalmados, eran los reales e impresentables objetivos que los poderes financieros y políticos de la principal potencia vencedora, tenían elucubrados para las dos principales potencias a las que enfrentaron en la Segunda Guerra Mundial. Supuesta (y muy creíblemente), tanto Churchill como Stalin habrían manifestado sus amplias conformidades con dicho Plan. O sea que fueron copartícipes necesarios de la implementación del Plan Morgenthau.
Curiosamente, o no tanto, muy pocos autores se refieren directa y claramente al Plan Morgenthau y a la esencia de genocidio económico del mismo.
En tal sentido, es valioso consignar que a diferencia de las omisiones o meras menciones de otros autores, en la obra “Prosperidad y Crisis – Reconstrucción, Crecimiento y Cambio – 1945-1980”; Hermann van der Wee, en el volumen II, página 413, lo analiza en forma sobria pero muy explícita.
Menos conocido aún, y por cierto no explicitado como plan de público conocimiento, es la implementación de lo que puede llamarse “el Plan Morgenthau aplicable a Argentina”, de cuya instrumentación por cierto no existen antecedentes formales, pero en cambio la sucesión de hechos sutilmente concatenados, muestran demasiadas “casualidades” como para no poder afirmarse que se trató (¿o se trata?) de una brutal maniobra de “guerra blanda”, que como suele ser usual en esos casos, tiene objetivos que se siguen buscando, sin importar en forma crucial los plazos de ejecución.
Larga y continuada ha sido la historia de la injerencia –a veces sutil y en otros casos brutal y desembozada- del colonialismo anglosajón en los asuntos internos de Argentina; y ese detalle no hace al objetivo de este artículo.
En cambio sí cabe señalar que desde siempre hubo resistencias internas a ese rol de “país granja” subordinado, que se nos asignó desde afuera, con las complicidades internas. Ese factor de constante resistencia a las acciones colonialistas, sumado al reconocido enorme potencial de desarrollo de Argentina, y la posición referencial que nuestro país tiene desde sus orígenes para las naciones hermanas íbero americanas, sin duda debe haber pesado mucho, para condenarnos a un futuro de miseria y disgregación política, como fue claramente el objetivo final del feroz neoliberalismo aplicado en Argentina durante un cuarto de siglo; y que los testaferros y voceros locales de esos poderes siguen presionando duramente para reinstalar, al como sea.
A partir del “proceso” (1976-1983), se instauró con notable ferocidad y consecuente total falta de sensibilidad social, un conjunto de medidas que destruyeron brutalmente el aparato productivo nacional, siendo acentuado su perfil anti industrial y antitecnológico; resultando explícito el objetivo retrógrado y anacrónico de reinstalar las estructuras feudales del país – estancia, que opere como dócil colonia de las por entonces excluyentemente poderosas economías del G 7, y en particular las de EEUU y Gran Bretaña. Fue sin ninguna duda la aplicación adaptada en tiempo y lugar, del pernicioso Plan Morgenthau.
Pero el “Plan Morgenthau a la argentina” no solo se ciñó a los siete años del tristemente célebre “proceso” cívico – militar. Su aplicación continuó profundizándose en las épocas de la llamada partidocracia cleptocrática, que atravesando las presidencias de Alfonsín, Menem y De La Rúa, nos llevo a los empujones a la severísima crisis de 2001/2002, la cual por muy poco casi nos llevó a una situación de balcanización en media docena de republiquetas dóciles, tal como era fogoneado por los megas poderes financieros transnacionales globalizantes. Según concreto testimonio del que fui testigo, de uno de los actores del complejo período de transición 2002/2003, los centros del poder neoconservador local, apostaban a una guerra civil brutal…lo cual nos hubiera sumido en el caos total.
En todos esos años del cuarto de siglo neoliberal (1976-2001), la economía siguió deteriorándose, decayendo cualitativamente (cerrándose fábricas y desfinanciándose Universidades Nacionales y entes tecnológicos), el endeudamiento se acentuaba en forma descontrolada, la emigración de valiosa población seguía, y algunos hechos puntuales mostraban el perverso cariz que se imponía brutalmente: la transformación de escuelas técnicas en simples bachilleratos amorfos (una colonia – granja no “necesita” técnicos, ingenieros ni profesionales de ciencias duras); el vaciamiento de contenidos básicos en las escuelas (eliminando Historia y Geografía, y restando horas a Matemática y Lengua), con lo cual se buscaba embrutecer a la población; y el absurdo freno total impuesto a nuestro muy eficiente y avanzado Sector Nuclear, entre otras medidas muy negativas e indudablemente probatorias de la ejecución de un plan de destrucción sistemática de la economía y el tejido socio cultural de Argentina.
Todo acorde a las “observaciones” del historiador canadiense-británico Harry S. Ferns, quien afirmaba que solo mediante una guerra civil podrían anularse los notables avances concretados a partir de 1943/45, y a la medida de los intereses de ambas grandes potencias anglosajonas, que en el cuadro de un país destrozado, o peor aún balcanizado en media docena de republiquetas dóciles, volvería a ser un fácil proveedor de materias primas baratas; a la vez que dejaría ser un poderoso factor de unidad, como lo es hoy en el Mercosur, la Unasur y la Celac; y no sería ningún obstáculo para las ansias expansionistas de la troika EEUU-Gran Bretaña-OTAN, en el Atlántico Sur, en la Antártida, e incluso en La Patagonia.
De hecho, las ONGs y Fundaciones ecologistas, indigenistas, derecho-humanistas, de “estudios” económicos y similares; transnacionales o las locales asociadas, operan como arietes de las guerras blandas, con las que persistentemente nos agreden, para volvernos al redil de los dóciles dominados.
Una Argentina fuerte será un poderoso factor de cohesión de los bloques de poder Íbero Americanos – Caribeños; bloques a cuya consolidación se oponen las potencias neocoloniales del siglo XXI, sus poderes financieros y sus brazos armados. De esa forma también evitaremos que –como sucedió antes tantas veces- esas grandes potencias nos usen como válvulas de escape para  exportar sus crisis y sanear sus economías a costa nuestra.


C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ

Investigador de Temas Económicos y Geopolíticos

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