ALIANZAS ESTRATÉGICAS CON RUSIA Y
CHINA -
CONSIDERACIONES GEOPOLÍTICAS,
ECONÓMICAS Y ENERGÉTICAS
Toda
estrategia de desarrollo nacional precisa consolidar alianzas sólidas con otras
potencias, que aseguren una perspectiva de beneficiosos resultados para ambas
partes. Sin perjuicio de ser positivo acrecentar buenas relaciones con todo el
amplio y variado espectro de naciones que conforman la comunidad mundial de
naciones, sin duda existen determinadas alianzas que bien desarrolladas pueden
resultar sumamente beneficiosas a corto, mediano y largo plazo; evaluado ello
por la importancia relativa de las altas partes rubricantes de las alianzas,
por la existencia de intereses en común y/o amplias compatibilidades –sobre
todo evaluadas desde la geopolítica-, y por los beneficios mutuos adicionales
que son esperables de profundizarse los acuerdos y las políticas básicas de
aspectos troncales con fuertes intereses en común.
En
tal sentido, para nuestro país –Argentina- la prioridad principalísima es desde
siempre nuestra región, entendida ella como Íbero América y la prolongación de
la misma en la culturalmente variada región insular de El Caribe. Y por
supuesto los organismos regionales: MERCOSUR, UNASUR, CELAC.
Sin
perjuicio de ello, nuestra necesaria y permanente inserción en la geopolítica
mundial, requiere la consolidación de sólidas alianzas estratégicas con
Potencias de Primer Orden, para establecer y consolidar vínculos ampliamente
beneficiosos en ambos sentidos, y que a nosotros nos permitan potenciar nuestro
desarrollo socio económico y que faciliten sustentar y fortalecer nuestras
prioridades geopolíticas.
De
hecho, Argentina tiene mucho para aportar al realizar y profundizar acuerdos
estratégicos con potencias de primer orden, por diversos factores que serían
extensos de enumerar. Sintéticamente, somos la tercera economía de Íbero
América; fuertemente excedentaria en diversas producciones primarias; con un
interesante grado de desarrollo industrial y tecnológico; con buena inserción
en nuestra región natural –Sudamérica, y en segundo lugar América Central y El
Caribe-; con varias áreas económicas factibles de desarrollar acentuadamente;
con un PBI considerable que nos ubica entre las primeras 25 naciones del globo;
y con presencia activa en el G 20, que en los últimos años es el foro
geopolítico mundial por excelencia, después del ámbito mayor de las Naciones
Unidas.
Para
consolidar esas alianzas estratégicas de largo plazo, obviamente cabe evaluar
que en el marco mundial actual, existen grandes bloques regionales de gran peso
económico y/o naciones de dimensiones continentales, cuyas importancias
cruciales no pueden ser soslayadas. En ese contexto, es importante considerar
la existencia de intereses en común con la posibilidad de acrecentarlos en
beneficio mutuo, y la inexistencia de fricciones reales o potenciales en el
ámbito geopolítico, de nuestro país con algunos de esos bloques o entes
regionales de gran peso geopolítico.
Esos
bloques político – económicos de primer orden, consolidados como tales o con
perfiles fuertemente ascendentes desde situaciones relevantes, son: la Unión
Europea, EEUU (y el NAFTA), China, Rusia, Japón, India y Brasil.
De
esos grandes jugadores de la geopolítica mundial, el único con escaso
territorio es Japón, pero su enorme peso económico y tecnológico lo hace muy
relevante.
Por
supuesto no cabe descartar que algunos de los otros Doce Emergentes (otros
miembros del G 20, dentro de los que está Argentina), puedan en plazos históricamente
breves, pasar a tener importancias mayores en el contexto geopolítico mundial,
pero no en el corto plazo.
Entre
esos actores político – económicos principales, existen según los casos,
relaciones predominantes de cooperación o asociación entre algunos de ellos
(UE-EEUU-Japón //Rusia – India // acuerdos entre los BRIC), de históricos
recelos y/o cuestiones de límites latentes (China – India // China – Japón //
Rusia – China // Rusia – Japón), y por supuesto notables enfrentamientos con
sordina, que constituyen una reedición de la Guerra Fría, sin las
consideraciones ideológicas en pugna de décadas anteriores, con tres actores
principales (EEUU – Rusia – China) y al menos otro como aliado menor del
primero (UE), con algunas disidencias internas entre sus principales
componentes.
Con
Brasil tenemos una sólida relación, como socios activos y como partes
principales de los tres organismos regionales mencionados. La unidad fortalece
a ambos socios principales de la UNASUR.
De
los otros casos mencionados, el único plurinacional es la UE (a excepción del
NAFTA, que es un caso especial, por la excluyente importancia en él de EEUU);
en rigor la UE es un heterogéneo conjunto con notables disparidades de
importancias relativas, un abanico de idiomas y culturas diferentes, con un
puñado de líderes claramente diferenciados (Alemania, Francia, Gran Bretaña), y
con un peso conjunto formidable, pero que no logra terminar de consolidar su
unidad en varios aspectos, algunos potencialmente disgregantes.
Otro
factor de suma importancia es considerar cuales de los principales actores
geopolíticos integran en forma permanente el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, teniendo en consecuencia el poder de veto. La UE tiene tres
economías principales, dos de ellas con poder de veto (Gran Bretaña y Francia),
pero “la locomotora germana” es la que lidera en los aspectos económicos y
financieros de La Comunidad; otro caso sui generis sin duda.
De
los restantes grandes bloques político–económicos, solo tres comparten el
derecho al veto en la ONU: EEUU, Rusia y China. Eso implica que esos tres
bloques más la UE son los únicos que poseen esa formidable herramienta geopolítica,
decisiva en las controversias fundamentales a nivel mundial.
El
peso propio de cada bloque, en los aspectos político, económico y militar –o
sea geopolíticos-; las proyecciones geopolíticas propias de cada uno de esos
actores principales y las líneas de acciones evidenciadas; son otros factores a
tener muy en cuenta para evaluar las tendencias y potencialidades de cada una
de esos potencias mundiales, en el
tablero multipolar actual.
Otro
hecho –este de importancia crucial para definir alianzas- es evaluar la
existencia de áreas de fricciones o hechos confrontativos que existen con
nuestro país. En tal sentido, nuestra relación con la UE tiene aristas
sumamente conflictivas, no solo con las viejas y nuevas disputas de soberanía
con Gran Bretaña (archipiélagos de Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del
Sur), y el asumido rol tutelar intromisivo de la hoy decadente potencia mundial
en aspectos internos de Argentina, ya desde antes de nuestra independencia,
conformando un lesivo caso de colonialismo económico largamente mantenido en el
tiempo; sino también por el claro enfrentamiento por las reclamaciones de
soberanía en La Antártida, continente en el cual el viejo y agresivo imperio
reclama como propios los sectores sobre los cuales Argentina y Chile tienen no
solo fundadas pretensiones sino también añejas presencias en el Continente
Blanco.
Al
respecto, es una realidad bien conocida que la UE ha hecho causa común con los
reclamos colonialistas británicos, en contra de los muy bien fundamentados
derechos de soberanía de Argentina. A tal punto ese hecho, que incluso naciones
con las que nos unen fuertes lazos de afectos, como España e Italia (lugares de
orígenes del 90 % de los inmigrantes europeos que poblaron nuestro país), han
priorizado sus intereses “comunitarios” en desmedro de otros valores
esenciales, como los fuertes vínculos históricos, afectivos y culturales
latinos, que los relacionan con Íbero América, y en particular con Argentina. Y
en el caso de España, olvidando deudas de gratitud, asumidas cuando
generosamente Argentina donó grandes cantidades de alimentos esenciales, en la
Segunda Posguerra, cuando la hambruna era un peligro concreto en la Península
Ibérica.
Por
otra parte, no constituyen temas menores las fuertes presiones de la UE, al
igual que EEUU, por establecer convenios de “libre comercio” con la UNASUR, el
MERCOSUR, y en particular con Argentina; que en realidad de rubricarse
implicarán la claudicación de todo proyecto propio de industrialización y
desarrollo tecnológico relevante argentino (y sudamericano), pretendiendo
reeditar esquemas ultra liberales decimonónicos, cuya finalidad real es
oxigenar las ralentizadas economías de la UE y de EEUU, a costa de nuestra
involución al subdesarrollo crónico.
Queda
muy en claro, que la ya vieja Comisión Trilateral (entente financiera y
geopolítica de EEUU, UE, Japón), sigue vigente en los hechos, por lo que esos
tres grandes bloques político–económicos siguen operando básicamente como
aliados estratégicos. Ello no solo debe entenderse respecto a los casos
friccionales (Malvinas, Antártida, etc.), sino en las presiones para reimponer
esquemas ultra neoliberales, en este último caso en connivencia con el
estabishment ultra conservador local, y sus alianzas internas supuestamente
“progresistas” que operan como aliados fácticos de choque.
En
ese contexto omnicomprensivo, es de importancia básica analizar que no existen
áreas o temas esenciales friccionales, con Rusia, China e India.
Ninguna
de esas potencias manifiesta políticas agresivas respecto a nuestra soberanía
territorial, ni son agentes o impulsores de las Políticas Neoliberales, que
tanto daño nos hicieron en décadas anteriores. Más aún, Rusia y China han
sostenido en los foros internacionales, posturas afines a los sólidos planteos
jurídicos e históricos de Argentina, respecto al irresuelto conflicto de
soberanía en el Atlántico Sur, y no dejaron constancia de ambiciones
territoriales en la Antártida Argentina.
Por
otra parte, sobre todo Rusia y China poseen los recursos y los medios
tecnológicos de avanzada, para ser socios estratégicos de largo alcance, para
contribuir a materializar proyectos de gran relevancia geopolítica, en los
sensibles campos de la energía, la industria en general y en particular áreas
de muy alta tecnología (como aeronáutica, espacial, nuclear, armamentos y
sistemas de defensa, elementos sanitarios de avanzada, etc.).
Es
de elemental interés nacional argentino, que las apoyaturas tecnológicas no se
limiten a esquemas de meras provisiones de equipos, sino a lograr las
transferencias de tecnologías, producciones y desarrollos locales (argentinos)
asociados, e incluso con participaciones de naciones socias y hermanas de la
UNASUR.
El
correcto desarrollo de estas políticas de colaboración, repercutirá sin duda en
forma muy positiva tanto para esas grandes potencias mundiales, como para
Argentina y toda nuestra región, en la cual nuestro país es un componente clave
de integración, desarrollo y de relevante inserción tecnológica y cultural.
C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ
INVESTIGADOR DE TEMAS ECONÓMICOS Y GEOPOLÍTICOS
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