ARGENTINA Y LA SINIESTRA REEDICIÓN
DEL PLAN MORGENTHAU
Algunos hechos históricos relevantes,
son muy poco conocidos, y no por casualidad, suelen ser tapados por otros
hechos “políticamente correctos”.
Por
caso, son muy conocidos el Plan Marshall, de ayuda financiera de EEUU a la
Europa Occidental de posguerra, y luego un plan similar aplicado en Japón; así
como es muy promocionado el milagro alemán, para referirse al rápido
resurgimiento de la economía germana; y también el milagro económico japonés. Pero
es muy poco conocido el siniestro Plan Morgenthau, que debe su nombre al
Secretario de Hacienda de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial.
Tanto
el Plan Marshall, como el consecuente rápido repunte económico posterior de
Alemania (y de Europa Occidental), recién se implementaron a partir de la
declaración no formal, de la Guerra Fría, la cual comenzó claramente a partir
de ciertas hostilidades entre ambas superpotencias, de la posesión de
armamentos nucleares por la Unión Soviética, y del bloqueo de Berlín.
Cronológicamente esos hechos se sitúan entre 1947 y 1949.
El
Plan Marshall, aplicado en Europa Occidental, y similares medidas tomadas en el
ocupado Japón de la posguerra, fueron ejecutados a partir de 1947, a
consecuencia de los serios temores que suscitaba en EEUU la expansión del
comunismo, las inflexibles posturas de la URSS del período de Stalin, y el
contexto geopolítico mundial que claramente se vislumbraba como realidad
excluyente para las siguientes décadas.
Bajo
ese contexto, Alemania (en ese momento Alemania Occidental), y Japón, pasaron a
ser dos piezas claves, para contener la expansión comunista en Europa y el Este
y Sudeste Asiático, respectivamente.
EEUU
necesitaba impulsar fuertemente las reconstrucciones civiles, la rápida mejoría
de las condiciones sociales y el fuerte resurgimiento económico, de Alemania
Occidental y de Japón; para operar como barreras o líneas de contención del
comunismo, y para que sirvieran confiablemente como plataformas de los
despliegues de tropas y materiales estratégicos, en el contexto del conflicto
ya existente y no declarado formalmente, que se conoció como La Guerra Fría.
La
aplicación del Plan Marshall, implicó automáticamente la caducidad total del
Plan Morgenthau, vigente en Alemania; y su similar en suelo japonés.
El
Plan Morgenthau formó parte de la batería de medidas y de instituciones a ser
creadas por los aliados, a partir de 1944 (o tal vez ya en 1943), cuando la
marea de la guerra se posicionaba en contra del Eje (Alemania, Japón, Italia y
sus aliados); pensadas todas esas ideas para dar el contexto al mundo de
posguerra, acorde ello a las prioridades de las potencias que a la postre
resultarían vencedoras.
Demostrando
un claro afán vengativo, sin importar las tremendas consecuencias sociales que
serían directa consecuencia de su implementación, el Plan Morgenthau buscó
mantener a Alemania sumida en el atraso permanente, imposibilitándole realizar
ninguna acción concreta tendiente a reencauzarse en la senda del desarrollo.
Para eso, los encargados de aplicar a rajatabla las feroces pautas del Plan,
debían impedir mediante todo tipo de trabas, cualquier acción tendiente a
mantener derruida y sin funcionalidad a su infraestructura, y a impedir
recomponer la formidable estructura industrial y tecnológica que había
caracterizado a este país desde fines del siglo XIX; además de evitar el
progreso cultural de su población, incluso manteniéndola en niveles de pobreza
económica y con carencias alimenticias, de sanidad y de instrucción. Con todo
ello pretendía el Plan Morgenthau, mantener a Alemania sumida en una economía
primaria, subdesarrollada y desarticulada. Algo similar se pensó aplicar en
Japón.
Siniestramente
vengativos y desalmados, eran los reales e impresentables objetivos que los
poderes financieros y políticos de la principal potencia vencedora, tenían
elucubrados para las dos principales potencias a las que enfrentaron en la
Segunda Guerra Mundial. Supuesta (y muy creíblemente), tanto Churchill como
Stalin habrían manifestado sus amplias conformidades con dicho Plan. O sea que
fueron copartícipes necesarios de la implementación del Plan Morgenthau.
Curiosamente,
o no tanto, muy pocos autores se refieren directa y claramente al Plan
Morgenthau y a la esencia de genocidio económico del mismo.
En
tal sentido, es valioso consignar que a diferencia de las omisiones o meras
menciones de otros autores, en la obra “Prosperidad y Crisis – Reconstrucción,
Crecimiento y Cambio – 1945-1980”; Hermann van der Wee, en el volumen II,
página 413, lo analiza en forma sobria pero muy explícita.
Menos
conocido aún, y por cierto no explicitado como plan de público conocimiento, es
la implementación de lo que puede llamarse “el Plan Morgenthau aplicable a
Argentina”, de cuya instrumentación por cierto no existen antecedentes
formales, pero en cambio la sucesión de hechos sutilmente concatenados,
muestran demasiadas “casualidades” como para no poder afirmarse que se trató
(¿o se trata?) de una brutal maniobra de “guerra blanda”, que como suele ser
usual en esos casos, tiene objetivos que se siguen buscando, sin importar en
forma crucial los plazos de ejecución.
Larga
y continuada ha sido la historia de la injerencia –a veces sutil y en otros
casos brutal y desembozada- del colonialismo anglosajón en los asuntos internos
de Argentina; y ese detalle no hace al objetivo de este artículo.
En
cambio sí cabe señalar que desde siempre hubo resistencias internas a ese rol
de “país granja” subordinado, que se nos asignó desde afuera, con las
complicidades internas. Ese factor de constante resistencia a las acciones
colonialistas, sumado al reconocido enorme potencial de desarrollo de
Argentina, y la posición referencial que nuestro país tiene desde sus orígenes
para las naciones hermanas íbero americanas, sin duda debe haber pesado mucho, para
condenarnos a un futuro de miseria y disgregación política, como fue claramente
el objetivo final del feroz neoliberalismo aplicado en Argentina durante un
cuarto de siglo; y que los testaferros y voceros locales de esos poderes siguen
presionando duramente para reinstalar, al como sea.
A
partir del “proceso” (1976-1983), se instauró con notable ferocidad y
consecuente total falta de sensibilidad social, un conjunto de medidas que
destruyeron brutalmente el aparato productivo nacional, siendo acentuado su
perfil anti industrial y antitecnológico; resultando explícito el objetivo
retrógrado y anacrónico de reinstalar las estructuras feudales del país –
estancia, que opere como dócil colonia de las por entonces excluyentemente
poderosas economías del G 7, y en particular las de EEUU y Gran Bretaña. Fue
sin ninguna duda la aplicación adaptada en tiempo y lugar, del pernicioso Plan
Morgenthau.
Pero
el “Plan Morgenthau a la argentina” no solo se ciñó a los siete años del tristemente
célebre “proceso” cívico – militar. Su aplicación continuó profundizándose en
las épocas de la llamada partidocracia cleptocrática, que atravesando las
presidencias de Alfonsín, Menem y De La Rúa, nos llevo a los empujones a la
severísima crisis de 2001/2002, la cual por muy poco casi nos llevó a una
situación de balcanización en media docena de republiquetas dóciles, tal como
era fogoneado por los megas poderes financieros transnacionales globalizantes. Según
concreto testimonio del que fui testigo, de uno de los actores del complejo
período de transición 2002/2003, los centros del poder neoconservador local,
apostaban a una guerra civil brutal…lo cual nos hubiera sumido en el caos
total.
En
todos esos años del cuarto de siglo neoliberal (1976-2001), la economía siguió
deteriorándose, decayendo cualitativamente (cerrándose fábricas y
desfinanciándose Universidades Nacionales y entes tecnológicos), el
endeudamiento se acentuaba en forma descontrolada, la emigración de valiosa
población seguía, y algunos hechos puntuales mostraban el perverso cariz que se
imponía brutalmente: la transformación de escuelas técnicas en simples
bachilleratos amorfos (una colonia – granja no “necesita” técnicos, ingenieros
ni profesionales de ciencias duras); el vaciamiento de contenidos básicos en
las escuelas (eliminando Historia y Geografía, y restando horas a Matemática y
Lengua), con lo cual se buscaba embrutecer a la población; y el absurdo freno
total impuesto a nuestro muy eficiente y avanzado Sector Nuclear, entre otras
medidas muy negativas e indudablemente probatorias de la ejecución de un plan
de destrucción sistemática de la economía y el tejido socio cultural de
Argentina.
Todo
acorde a las “observaciones” del historiador canadiense-británico Harry S.
Ferns, quien afirmaba que solo mediante una guerra civil podrían anularse los
notables avances concretados a partir de 1943/45, y a la medida de los
intereses de ambas grandes potencias anglosajonas, que en el cuadro de un país
destrozado, o peor aún balcanizado en media docena de republiquetas dóciles,
volvería a ser un fácil proveedor de materias primas baratas; a la vez que
dejaría ser un poderoso factor de unidad, como lo es hoy en el Mercosur, la Unasur
y la Celac; y no sería ningún obstáculo para las ansias expansionistas de la
troika EEUU-Gran Bretaña-OTAN, en el Atlántico Sur, en la Antártida, e incluso
en La Patagonia.
De
hecho, las ONGs y Fundaciones ecologistas, indigenistas, derecho-humanistas, de
“estudios” económicos y similares; transnacionales o las locales asociadas, operan
como arietes de las guerras blandas, con las que persistentemente nos agreden,
para volvernos al redil de los dóciles dominados.
Una
Argentina fuerte será un poderoso factor de cohesión de los bloques de poder
Íbero Americanos – Caribeños; bloques a cuya consolidación se oponen las
potencias neocoloniales del siglo XXI, sus poderes financieros y sus brazos
armados. De esa forma también evitaremos que –como sucedió antes tantas veces-
esas grandes potencias nos usen como válvulas de escape para exportar sus crisis y sanear sus economías a
costa nuestra.
C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ
Investigador de Temas Económicos y Geopolíticos
No hay comentarios:
Publicar un comentario