G 7 ¿PODER EXCLUYENTE O ANACRONISMO GEOPOLÍTICO?
Países de la Sociedad
Post Industrial, o grupo de naciones que superaron el estadio industrial, para
ubicarse en el contexto tecnológico post industrial, fueron conceptos que
intentaron definir o caracterizar a EEUU, Canadá, Japón, Alemania, Francia,
Gran Bretaña e Italia, cuya asociación especial pasó a constituir el G 7, o
Grupo de los Siete, desde la década del ‘70.
Es un núcleo de poder geopolítico
que opera a escala global, y que en sus orígenes aglutinaba a las siete
economías más poderosas del mundo. No por casualidad, sus integrantes coinciden
con otras estructuras formales o informales que operan en función de consolidar
su hegemonía mundial excluyente, en sintonía con el FMI, el Banco Mundial, la
Comisión Trilateral y otros.
A la vez, el poderío
militar de sus integrantes, bajo la égida de EEUU, la OTAN y el Commonwealth,
aglutina a buena parte de la capacidad operativa bélica a escala mundial. Puede
afirmarse que en el siglo XX, la capacidad disuasoria y de realización de
operativos punitivos o de invasiones directas, era proporcionalmente mayor que
la que el G 7 detenta hoy en el tablero geopolítico mundial; y no por haber
disminuido sus cuantiosas inversiones en sus estructuras militares, sino porque
surgieron y/o resurgieron otros centros de poder que poseen independencia de
criterios y objetivos distintos e incluso opuestos a los del neocolonialismo
del siglo XXI, que caracteriza al G 7.
En síntesis, el G 7 es
una formidable estructura geopolítica, cuya importancia fue casi excluyente en
sus orígenes, siendo la máxima expresión del Poder Real en el mundo no
comunista de esos años.
Al disolverse la URSS
en 1990/91, y al entrar Rusia en una peligrosa senda de declive acelerado,
producto de la aplicación de medidas político – económicas neoliberales y del
accionar disolvente de “fundaciones” y ONGs manejadas desde los centros de
poder anglosajón, terminó la Era Bipolar; en el contexto de esa década, cuando
aún China no había sido considerada en su formidable realidad que se hizo
inocultable al aflorar el siglo XXI, y cuando otras Potencias Emergentes aún no
habían alcanzado los grados de desarrollo e influencia que pocos años después
irían consolidando, la importancia del G 7 pasó a ser un factor decisivo casi
excluyente; sobre todo cuando el muy estratégico sector hidrocarburífero ruso
estuvo a punto de ser apropiado y manejado por las poderosas petroleras
anglosajonas, lo cual si se concretaba, hubiese cercenado buena parte de la
capacidad operativa estratégica de Rusia, y comprometido seriamente su economía.
Claramente el G 7 se
perfilaba como el árbitro excluyente de la geopolítica mundial, en la era del
Mundo Unipolar, concebida según los voceros del establishment como
pretendidamente eterna, pero que curiosamente duró solo una década, o poco más.
Actualmente estamos en
la era multipolar, con el tándem EEUU, UE, Commonwealth (no necesariamente
monolítico, pero si fuertemente funcional en sus intereses coincidentes o
compartidos), como principal bloque de Poder Mundial. El G 7 se solapa y casi
se mimetiza con ese tándem, con los casos particulares del bloque heterogéneo
de la comunidad británica (con actores con intereses propios y capacidades
suficientes para no ser aliados dóciles e incondicionales); y Japón, con otros
intereses, asociaciones y prioridades no necesariamente coincidentes, en el
poderoso contexto del Este y Sureste de Asia.
Claro está que varios
de los componentes del G 7 “probaron su propia medicina” amarga, del
neoliberalismo salvaje, de las finanzas especulativas, que con tanta
insistencia nos “recetaban” a los íberoamericanos y otras naciones del mundo. Y
están pagando las consecuencias.
En síntesis, el G 7,
hoy no es el poder casi excluyente que era en las tres últimas décadas del
siglo XX, pero tampoco pasó a ser un anacronismo geopolítico. Sigue siendo un
poderoso factor de poder, letalmente peligroso para atacar naciones o regiones
con escaso poder de disuasión bélica (por medio de su brazo armado, la OTAN, o
separadamente por parte de sus miembros más belicosos, como EEUU, Francia y
Gran Bretaña); un factor de desestabilización temible, con sus refinadas técnicas
de guerras blandas, un grupo de presión para imponer políticas neoliberales,
sobre todo a países o regiones débiles o con dirigencias confusas o faltas de
patriotismo; pero con evidentes limitaciones para consumar agresiones bélicas o
imponer políticas económicas recesivas, si confronta con bloques emergentes
–nuevas potencias regionales-, y sobre todo si sus acciones enfrentan las
firmes oposiciones de los otros dos grandes jugadores actuales de la
Geopolítica Mundial; Rusia y China.
La incorporación de
Rusia al G 7 –transformado en G 8-, fue la transparentación de los cambios en
las ecuaciones de poder; y la mayor preeminencia del G 20 constituye otro
elemento probatorio de lo fáctico y real de la Era Multipolar.
En ese cuadro de
situación, extremadamente complejo además, por estar vigente el nuevo escenario
de guerra fría, ahora por cuestiones básicamente geopolíticas; cabe al menos
dudar bastante acerca de la capacidad real de presión del G 7, en el marco de
severísima crisis que hoy constituye Ucrania.
En la guerra de
comunicados, algunos llegan al absurdo, como la “amenaza” de Obama de excluir a
Rusia del G 8…¡Si cualquiera de los 8 miembros se retira o es excluido, por
lógica no seguirá siendo el G 8!
Por otra parte, es muy
dudoso cuales de sus miembros ganarán o perderán más, de concretarse alguna
expulsión o suspensión.
La amenaza de condenas
económicas, es otro tema de vidriosa resolución como factor de coerción, dados
los entramados de intereses cruzados y de dependencias mutuas, entre la UE y Rusia.
Ante un corte en el suministro de gas natural, posiblemente el peor daño lo
reciba la UE.
Los “motivos éticos”
que proclamó EEUU, y a coro la UE, respecto a las negatividades y
cuestionamientos morales a la intervención armada rusa (que de hecho ya se materializó
en Crimea)…sonarían a risa, de no ser por el tono ceremonioso de los dirigentes
“occidentales”, que implican amenazas ciertas a la paz mundial, tantas veces
violada por todo tipo de agresiones armadas directas, indirectas, guerras
blandas, agresiones económicas, presiones económicas y políticas, y feroces
campañas mediáticas, que son ya metodologías corrientes de las potencias
neocoloniales del siglo XXI, precisamente EEUU, la UE y la OTAN como brazo
armado.
La nueva Guerra Fría,
en su formato de guerra blanda, está planteada. El cerco casi total de misiles
balísticos que encierra a Rusia y China, y los movimientos consecuentes de los
dos gigantes, euro asiático y asiático, lo demuestran.
El peligro que algún
“halcón” o algún líder neocolonial decida tensar la cuerda más allá de los límites
que puedan ser tolerados por la contraparte respectiva, nos pone ante la
ominosa perspectiva de una conflagración mayúscula. Y aumenta los riesgos de
nuevas aventuras neocoloniales en cualquier lugar del mundo. De ese riesgo no
estamos exentos en nuestras pacíficas naciones de la UNASUR y de la CELAC.
C.P.N.
CARLOS ANDRÉS ORTIZ
Analista
de Temas Económicos y Geopolíticos
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