INUNDACIONES, DESIDIA,
IMPROVISACIÓN E IMPONDERABLES
Mucho
dolor y sensación de impotencia, es lo que los argentinos sentimos ante las
amargas consecuencias de las últimas lluvias en Buenos Aires y Capital Federal.
Más allá de las urgencias para dar ayuda
y aliviar los dolores y sufrimientos de las multitudes de compatriotas
afectados (incluyendo a los compatriotas de la Patria Grande que viven en
nuestro suelo), lo razonable y que debería corresponder en un país organizado
con lógicas pretensiones de grandeza, es analizar con total objetividad y rigor
científico cuanto pudo haber de imponderable, de imprevisibilidad o de en
cierto modo inevitable; y cuan significativos pudieron ser las causalidades
provocadas por la desidia, la improvisación y la carencia de planificación.
Entre la multitud de opinólogos de
toda laya (incluyendo en estos a los activistas del ecologismo ultra
–revestidos de cierta ampulosa “seriedad” hueca al momento de “dar sus
veredictos” de dudosas bases científicas-), algunos pocos analistas serios y
dotados de los conocimientos necesarios, suministraron algunas pautas como para
intentar entender con objetividad las causas reales de tan brutal desmadre de
los acontecimientos, que tan costoso en vidas, bienes y dignidad humana resultó.
En ambos casos (Capital Federal y La
Plata), parecerían brillar por sus ausencias los medulosos análisis y
evaluaciones que con fundamentación científica deberían provenir de organismos
técnicos estatales que den sus veredictos, no solo para deslindar responsabilidades
–que las hay sin duda-, sino también para evitar las reiteraciones de estas
catástrofes; las cuales en un marco de planificaciones científicas y de las
consecuentes obras y acciones, deberían impedir o al menos morigerar en grados
acentuados estas desgraciadas y dolorosas realidades. Inclusive deberían
existir rigurosos protocolos de acciones preventivas, a desarrollarse
automáticamente ante futuros pronósticos de otros fenómenos meteorológicos, los
que sin duda se repetirán.
Las causas reales de las enormes
magnitudes de esas catastróficas inundaciones seguramente son múltiples, pero
de ningún modo puede aceptarse que se apele a la justificación fácil de la poco
frecuente magnitud de las lluvias…”solo comparables con otra de un siglo atrás”.
¡Si sucedió, con seguridad volverá a suceder, e incluso cabe analizar si no
podrá suceder con aún mayor intensidad!
Es de improvisados e irresponsables,
cuando no de incapaces de ejercer delicadas funciones públicas, escudarse en
tan endebles argumentaciones. ¿Acaso no se sabe que las obras –en este caso las
de evacuación de los torrentes pluviales- deben preverse con un generoso margen
que permita hacer frente a fenómenos de gran magnitud? ¿Desconocen los
ingenieros, arquitectos y planificadores urbanos, intendentes y concejales, que
las grandes obras se planifican para soportar fenómenos de intensidad poco
frecuente, pero previsible? Por caso, las hidroeléctricas se planifican
analizando las magnitudes esperables de las crecientes decamilenarias. ¡Nunca con
el estrecho horizonte de un siglo, o poco más!
En el caso de la Capital Federal (no
me gusta el ampuloso concepto de CABA, con fuerte tinte de anacrónico
unitarismo, ni el de “Jefe de Gobierno” para diferenciar de sus pares a un
simple intendente), ante las sucesivas y muy seguidas repeticiones de absurdas
inundaciones, la culposa inacción agregada a la absurda falta de priorización
de las obras necesarias, al ejecutarse otras de indudable menor importancia (o
gastarse la plata en banalidades, como la carrera en el circuito urbano),
resulta un cuadro patético que no admite discusión lógica alguna. Seguramente
eso se agravó ante la falta de limpieza de alcantarillas y otras desidias
similares, y posiblemente por carencia de planificación edilicia, cuando no por
cegar espacios verdes. Y el “ofrecimiento de ayuda” a la provincia de Buenos
Aires, en medio del irresuelto caos de la Capital Federal, resultó patético…
En La Plata y aledaños, es imperativo
conocer cuanto del desastre pudo ser causado por deficiencias de limpieza –desidia
inadmisible-, cuanto por insuficiencia de la red de desagote u otras falencias
de infraestructura, o eventualmente por haberse invadido con construcciones las
periferias de cauces naturales, tal vez por haberse cegado espacios verdes con
cemento, u otras causales.
Cabe recordar que el correcto y bien
planificado accionar humano, pudo impedir o morigerar en grados considerables,
a las inundaciones que recurrentemente afectan a otras partes de nuestro
territorio nacional.
Por caso, las obras de protección de
la ciudad de Resistencia y aledaños, han salvado a la capital chaqueña de las
inundaciones que antes eran inevitables; la limpieza y seguramente mejoras en
los canales de evacuación mejoraron las condiciones de parte de la provincia de
Buenos Aires; la gigantesca represa de El Chocón terminó con las crónicas
inundaciones que castigaban al Alto Valle del Río Negro y tramos sucesivos del
mismo río; las antes recurrentes crecientes del Paraná afectaban viviendas
costeras en Posadas, obligando a movilizaciones, a crear albergues transitorios
en clubes y escuelas, y a reponer frazadas, colchones, etc., mientras que hoy
con la regulación del río y las obras realizadas por cuenta de Yacyretá,
aquellos problemas perdieron recurrencia y parecen cosas del pasado.
Mientras que en la inundación de la
ciudad de Santa Fe, confluyeron negativamente las supresiones de los aforos
(mediciones) del caudal de los cursos superiores del río Juramento - Salado (lo cual es imputable a la
negligencia culposa de Marijú Alsogaray y sus acciones antihidroeléctricas, y a
no remediarse ello posteriormente); a lo que se sumó la falta de terminación de
las obras de endicamiento para proteger a esa ciudad.
En el caso de las inundaciones del
año 2012, en los ricos campos del sur santafesino, entre otras causas fue
evidente que las trazas de rutas con sus grandes terraplenes (necesarios sin duda),
sumados a la exigüidad de las obras de desagües o alcantarillas (falencias de
previsiones), taponaron los drenajes transformando a los terraplenes viales en
diques que aumentaron los efectos negativos de las fuertes lluvias.
Planificación, bases científicas
previas a las obras, y buena gestión en esos temas específicos, parecen ser las
ineludibles acciones pendientes para evitar similares desgracias futuras.
C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ
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