OTRO ANIVERSARIO DEL GOBIERNO MARZISTA DEL PROCESO Lo de “gobierno marzista” fue una fina ironía del historiador revisionista José María Rosa, pues el golpe de Estado se perpetró en marzo, y los milicos proceseros se jactaron de ser el dique de contención del anti marxismo. A punto de cumplirse 42 años de la perpetración del infame golpe de Estado que usurpo el poder en Argentina, luego del largo prolegómeno de otros golpes de Estado en la región que instalaron gobiernos militares de crudo corte neoliberal –por ende, oligárquicos, antipopulares y antinacionales-; el nuevo triste aniversario amerita un puñado de reflexiones. La “preparación” psicológica interna fue masivamente instalada por una feroz campaña mediática y de activos e insidiosos propaladores de infamias, estos últimos con “el sello” característico de agentes especializados en la manipulación malintencionada de la opinión pública, de forma tal que el golpe de Estado fue claramente preanunciado y presentado como “la única salida” ante el “caos generalizado” instalado como supuesta realidad indiscutible. Como es una realidad recurrente, las “progresías” violentas y dogmáticas, en esos años devenidas en movimientos guerrilleros “liberadores”, fueron funcionales a los titiriteros del caos, quienes, desde las sombras, buscaban embretarnos en un perverso contexto de símil guerra civil; propósito nefasto que lamentablemente lograron. Ese era precisamente el cuadro de situación que, con sutileza muy británica, expuso el historiador Harry S. Ferns, en uno de sus dos libros escritos en Argentina muy pocos años antes que la violencia desenfrenada se instalara en Argentina, con sus saldos luctuosos y cargados de odios profundos, que hasta hoy ambos bandos contendientes (exguerrilleros y militares proceseros) siguen exudando profusamente, anclados en los años ’70 y completamente disociados del muy diferente contexto geopolítico actual. Esa guerra civil era la mencionada por Ferns como única posibilidad de desarticular y hacer desaparecer los notables avances
económicos y sociales logrados por el peronismo (según expresiones casi textuales del citado historiador). Con notable agudeza en sus análisis, y con evidentes respaldos documentales, el Dr. Julio C. González expone que la violencia guerrillera se centró preferentemente contra oficiales de las FFAA, y de ellos en muchos casos los involucrados en actividades de investigaciones científicas e industriales, así como tomando como víctimas civiles recurrentes a directivos y altos estamentos de empresas industriales. Al decir del citado J. C. González, atentaron contra las chimeneas que logro levantar el peronismo. El mismo escritor menciona documentalmente los dos cargamentos de armas y municiones, que según todos los indicios iban destinados a equipar a guerrilleros, los cuales fueron incautados por autoridades argentinas al ser desembarcados de una nave y un avión de línea, ambos del Reino Unido. Curiosamente, o no tanto, los proceseros “olvidaron” esa intromisión británica para fogonear las guerrillas, y solo echan culpas a la Cuba de Fidel y las potencias comunistas de esa época. Así de confusos, unidireccionales y enredados, son los “análisis” de los patrioteros de bandera. La acción guerrillera venia enfrentándose decididamente por parte del gobierno constitucional peronista, pero dentro de los marcos legales e institucionales; e incluso se realizaron acciones tendientes a quitar sustento a los instigadores de la violencia subversiva, siendo posiblemente lo más destacado de esas actividades el Operativo Dorrego, en el cual para mitigar una gran inundación en Buenos Aires trabajaron codo a codo integrantes de las FFAA con miembros de la Juventud Peronista. Al abortarse esos acercamientos, muchos de estos últimos, en el contexto de violencia creciente que se desató posteriormente, pasarían a ser parte de Montoneros, la facción guerrillera que se nutrió de componentes originalmente nacionalistas, luego devenidos en “socialistas” que en una mezcla inviable de posturas iniciales supuestamente dogmáticas peronistas, derivaron a posiciones cada vez más radicalizadas con pautas marxistas, conformando un autodenominado “socialismo nacional”,
postura que nunca logró adhesiones masivas que suponían se darían por si solas en la ciudadanía común, la cual los rechazo o trato con indiferencia, mucho más cuando pasaron a consumar hechos de violencia tan irracional como en muchos casos aberrantes. Otro sector guerrillero, de componentes ideológicos violentamente trotskistas, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), al que se habrían sumado otros grupúsculos menores, era posiblemente más proclive a la violencia sin límites, odiador serial contra todo lo “burgués”, sin pizca de nociones de patriotismo y de un antiteísmo visceral o ateísmo dogmático y marcadamente violento. Este último sector sería el que efectuó acciones como la perpetrada por Gorriarán Merlo y su grupo contra el regimiento de La Tablada, última acción guerrillera que derivó en un baño de sangre. A ese grupo se le asigna la pertenencia en un prominente cargo, a un hoy “importante” periodista devenido en virulento vocero del neoliberalismo actualmente gobernante. Volteretas ideológicas que son muy frecuentes en ex marxistas o trotskistas, devenidos en acomodaticios mercenarios al servicio del establishment ultra conservador al cual tanto dijeron combatir. Ese, a grandes rasgos fue el contexto de las “organizaciones armadas irregulares”, que formaron una de las patas del gigantesco drama que in crescendo fue tiñendo de violencia sin límites a aquella Argentina de comienzos de los años ’70. La otra pata del contexto de virtual guerra civil, que en los hechos fue la excusa perfecta para implementar el neoliberalismo en su versión más crudamente inhumana, atea y apátrida; fue la toma del gobierno, ejercido como el poder absoluto y tiránico, bajo la adhesión (subordinación total) a las pautas del “mundo libre, occidental y cristiano”; el cual no era ni libre ni occidental ni cristiano; sino la simple sumisión lisa y llana al poder financiero transnacional, el cual busca la supresión de los Estados – naciones y la sutil esclavitud sin cadenas de la población excluida de los minúsculos pero todo poderosos estamentos corporativos supranacionales. Notable es que casi sin fisuras, los uniformados hoy en situación de retiro, siguen considerándose “grandes patriotas” por perpetrar el proceso, ignorando o pretendiendo ignorar que solo fueron dóciles marionetas al servicio de las rancias, racistas, clasistas y apátridas oligarquías locales, como los Martínez de Hoz y otros “apellidos ilustres”, más los nuevos oligarcas de la “patria contratista”, la “patria financiera”, “la patria minera – energética” y otros grupos del mega poder interno nada nacional; todos ellos a su vez subordinados vocacionales de las Potencias Atlantistas, de los Neocolonialistas del Siglo XXI (concepto este último desarrollado en uno de mis libros), y del mega poder corporativo y financiero transnacional. La violencia institucionalizada, con las propias fuerzas armadas involucionadas en tropas de ocupación en el propio territorio y al servicio de los sectores del Poder Real antinacional descripto en el párrafo precedente, fueron el único contexto en el cual serían impuestas sin oposición, las genocidas políticas económicas neoliberales, las que claramente buscaron la desindustrialización forzada, la desarticulación geográfica, la perdida de toda noción de geopolítica nacional y la destrucción del tejido social nacional; además de la pulverización de todo atisbo de cultura e identidad nacional. Perversamente, todo eso se dio en un marco de hueca exaltación de formalismos pseudo patrióticos, esos definidos como patrioterismo de bandera…mucho himno y bandera, mientras se avala y azuza la destrucción generalizada del país. Pero a fuerza de años de intensos procesos de colonización cultural en grado superlativo, la mayoría de los patrioteros de bandera ni se dan cuenta, y mucho menos aceptan cualquier opinión, por fundada que sea, que ponga en tela de juicio los enrevesados e indefendibles dogmas que machaconamente les inculcaron. En ese contexto, la violencia por fuera de toda norma legal no solo se ejerció “para combatir la subversión” (argumento repetido) sino que se perpetró como instrumento de venganza puramente política, venganzas personales, para apropiarse indebidamente de bienes ajenos, o justificados como excesos atribuibles a “efectos colaterales propios de toda ‘guerra’ “. Sin justificar en modo alguno ningún acto de violencia de las organizaciones guerrilleras, es indudable que si la fuerza del Estado se hubiera ejercido dentro de estrictos marcos legales, la extinción de las organizaciones subversivas hubiese demandado más tiempo, pero se habría ahorrado mucha sangre y evitado muchas aberraciones institucionalizadas, como las torturas “con tecnologías francesas” (macabras enseñanzas de la guerra de Argelia), violaciones, la siniestra “institución” de los ‘desaparecidos’, las apropiaciones de bebés en cautiverio, y seguramente otros actos deplorables que aun hoy dividen y duelen tanto a quienes los padecieron, a sus familiares, y a todos los argentinos de bien. El cruel asesinato del Mayor Alberte (cuyos ‘delitos’ habrían sido ser leal al gobierno depuesto del cual formaba parte, no plegarse al golpe de Estado e incluso dirigir una carta a Videla advirtiendo las trágicas consecuencias que sobrevendrían del golpe, ser honesto y capaz funcionario, y ‘lo peor’ para el gorilismo rampante que azuzo el golpe, ser un leal peronista); el apresamiento –durante todo el “proceso”- del Secretario Legal y Técnico de Perón y su sucesora, el Dr. J. C. Gonzalez, y los inmediatos asesinatos de otros dos abogados colaboradores directos de aquel; la desaparición del dirigente sindical Oscar Smith; las torturas a Lidia Papaleo de Graiver para apropiarse de un importante paquete accionario; el “accidente” con el que asesinaron al muy querido folclorista Jorge Cafrune; las “desapariciones” de relojes, billeteras y otros bienes de muchos detenidos por error y luego liberados (en varios casos luego de golpes y malos tratos); tantos otros hechos aberrantes que con dolor y pudor narran muchos damnificados y seguramente muchos más perdidos en el olvido. Todos esos brutales accionares demuestran que no solo se abatió en combate y/o fusiló a guerrilleros (por fuera de la ley), sino que hubo amplios márgenes para perpetrar violencias y venganzas en muchos casos desmadradas. Párrafo aparte merece la muerte de la diplomática Elena Holmberg, cuyo “pecado” habría sido ver en un café parisino conversando al almirante Massera con el jefe montonero Firmenich, además de conocer otros hechos tenebrosos de directa responsabilidad del citado militar procesero.
No deben soslayarse las desastrosas conducciones política, geopolítica y militar que llevaron a la guerra y catastrófica derrota en Malvinas, en la cual entre otras barrabasadas mayúsculas se negaron a recibir ayudas por priorizar la “fidelidad” al “sistema” occidental – bajo tutelaje anglosajón- antes que privilegiar –como es lo lógico- los Intereses Nacionales; y además, demostrando estupidez supina o ignorancia en Historia y Geopolítica, supusieron que EEUU se pondría de nuestra parte contra su aliada histórica que es la Gran Bretaña. Pese a esas contundentes evidencias brutalmente negativas del “proceso”, sus perpetradores, colaboradores directos, subalternos y partidarios varios; insisten en justificar las aberraciones y actos de traición a la patria, perpetrados con premeditación y alevosía en algunos casos; y con psicótica ignorancia cerril en otros casos. Y tan grave como lo precedente, o peor aun, es que, en el colmo de las irracionalidades, diciéndose “muy patriotas” apoyaron la reinstalación del neoliberalismo apátrida en el poder, y muchos todavía insisten en defenderlo. Como expresé en otro artículo, no aprendieron nada…
MGTR. CARLOS ANDRES ORTIZ Analista de Temas Económicos y Geopolíticos
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